Desde hace muchos años me conmueve ese azul en el extremo de lo visible, ese color de los horizontes, de las cordilleras remotas, de cualquier cosa situada en la lejanía. El color de esa distancia es el color de una emoción, el color de la soledad y del deseo, el color del allí visto desde el aquí, el color de donde no estás. Y el color de donde nunca estarás. Y es que el azul no está en ese punto del horizonte del que te separan los kilómetros que sean, sino en la atmósfera de la distancia que hay entre tú y las montañas. Anhelo, dice el poeta Robert Hass, porque el deseo está lleno de distancias infinitas. El azul es el color del anhelo por esa lejanía a la que nunca llegas, por el mundo azul. 
Con el largo rastro de pisadas que iba dejando a mi paso, no podía perderme en el sentido literal, pero sí perdí la noción del tiempo y me perdí de esa otra forma que no tiene que ver con la desubicación sino con la inmersión en un plano en el que todo lo demás desaparece.
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